Me gusta pensar que tengo una enfermedad del sistema. Descarga mi responsabilidad sobre un poder sutil y ubicuo.
Es el equivalente a decir que la culpa no es de nadie, en su versión sociopolítica.
Cuando me apetece hablar de ello en tercera persona, opto por la aproximación biológica y digo que me falta algún neurotransmisor. Es mi tono gris habitual, el funcionamiento de mi cerebro es ligeramente anómalo.
Y eso que la normalidad es, primero y ante todo, un concepto intrín